miércoles, 4 de agosto de 2010

El negocio de Abundio

No me quiero referir al Abundio ese de “eres más tonto que Abundio”, del que cuentan que se iba a vendimiar con el zurrón lleno de uvas para postre o que vendió el coche para comprar gasolina..., no. Quería contar la historia de un Abundio que ha nacido en mi revoltosa cabeza, como aglutinador de una serie de características comunes a gente que he conocido estos años de navegante en los mares empresariales.

No quiero que alguien que se llame Abundio se me moleste y que tampoco lo haga quién se parezca en algo a lo que cuento de él, porque conozco a mucha gente que da el perfil en parte, pero su honestidad nunca ha estado en entredicho. Los que les conocemos, lo sabemos y ellos también.

Tras esta explicada amnistía, propia del relax de unas cortas pero placenteras vacaciones, que me han desgastado un poco los colmillos de la ironía habitual, vuelvo a la carga de contar aquí lo que me sale del pairo, intentando forzar a la reflexión de quien sea capaz de entender lo que seguro podría haber explicado mucho mejor, con el único objetivo de hacer ver el mundo que nos rodea de otra forma mejor o al menos un poco diferente que la anterior.

Quiero hablar de un Abundio que tiene un negocio que nació casi por obligación. Alguien que resultó saber hacer "algo" porque probablemente algún ancestro se lo enseñó y que la gente que tenía alrededor decidió hacerse su cliente, encargándole “eso que hacía mejor que los demás” y se dedicó casi por compromiso a repetir esa tarea cotidianamente a cambio de dinero.

Y se lió, se lió y se lió más…. y acabó llamando a alguien que le ayudara a hacer las tareas más fáciles porque él no daba abasto y lo contrató (o de momento, ni eso) y vio que con la pasta que obtenía, podía comprarse muchas cosas y los encargos crecían como por arte de magia y aunque les subía y les subía el precio que al principio era tímidamente barato, volvían a contratarle….. y luego hicieron falta más empleados y también tuvo que buscar una gestoría porque los papeles se lo comían y además, se le quedó el taller o el local pequeño y compró una nave y una furgoneta y… y… y luego, se hizo con un administrativo y con un ordenador y una eficiente y guapa secretaria y… y… y… y se cambió la “cuatroele” por un mercedes de torero pero sin botijo y se hizo un chalé en el pueblo con una piscina más grande que la municipal y… y… y una página web que nadie sabía para qué servía pero que había que encargar porque todo el mundo tenía una y… y… y… y........ pues eso.

El negocio de Abundio, se caracteriza además, por haber dispuesto de una “caja flotante”, en el que se intercambiaba el dinero del banco con el del bolsillo así en plan “fajo” atado con una goma de pelo, sin ningún soporte contable estándar, dejando al administrativo con "cara de haba" y una de esas gloriosas frases de “chaval, arréglalo como sea, que para eso te pago”.

También, Abundio ha pretendido siempre que, aún con “facturas de tipo B”, cuadre el inventario que maneja elementos que ni se evaporan ni se merman, manteniendo en la cuenta de “existencias” una valoración de stocks que no cabrían de ser ciertas en el Bernabéu incluido el césped, ni en cuatro alturas de palés apretujados.

En este negocio (en el de Abundio), se ha tendido a machacar al “buen empleado” dándole horas extra no remuneradas y promesas permanentes de revisión del sueldo que siempre se aplazan varios meses y cuando conseguía al fin armarse de valor y reunirse con él, casualmente, días antes había ocurrido una desgracia puntual, de tal forma que aquel compromiso se escapaba como arena caribeña entre los dedos y si no acababa prestándole dinero a su jefe, ya podía darse por satisfecho. Eso sí. El nombre del cargo aumentaba a algo parecido a “Responsable Súper Ejecutivo del Departamento de Grandes Cuentas Estratégicas ”, en el que estaba él sólo e incluso le hacían tarjetas satinadas, pero el objetivo inicial de sacar más pasta, daba al traste y encima se le pasaba la vez hasta dentro de unos cuantos ejercicios en los que no se podía volver a pedir audiencia.

Además, cuando a este pobre trabajador se le pedía algo, normalmente siempre tenía un “sí” alicatado con una sonrisa, que le hacía ser el voluntario perpetuo para quedarse a finalizar el trabajo retrasado mientras el otro, se iba con el “pelotas de turno” (siempre hay uno) a tomar unos güiskis entresemaneros hasta las tantas y lo que se terciara por delante y si tenía piernas, mejor que mejor. Se pedía el ticket, se llevaba a ”gastos comerciales” y ya está.

También se caracteriza por odiar a los economistas, abogados y a todos esos coñazos de profesionales normalmente mileuristas de mierda, que les van advirtiendo de que si la “prevención de riesgos laborales”, que si la “protección de datos”, que si el día que nos revisen el inventario o La tontería esa de “responsabilidad de administradores” y lo de la “Responsabilidad Social corporativa”, que se creen que es darle algo de dinero de vez en cuando a la Unicef o a la Cruz Roja o al equipo de futbol del pueblo...

Y lo de ver cómo va el negocio mirando el saldo del banco sin saber ni querer aprender lo que es un balance o una simple cuenta de explotación o de reservas y creerse que con dejarse invitar a comer de vez en cuando por el comercial o el director de la sucursal de la CAJA de turno, el tema financiero está resuelto.

A Abundio además, le encanta codearse con la autoridad, o incluso serla, haciéndose pasar por ella en paripés múltiples montados a medida de los que los pagan con dinero, que agrupado podría paliar el hambre en el Mundo, con el único afán de una reseña en la prensa local que recortará con unos ojos llorosos y una mirada a lo alto al estilo Fidel Castro pensando “soy un crack”.

No sé si conocen a alguien así. Yo a más de 2 y menos de mil, más o menos.

Ese es el negocio de Abundio o mejor dicho, lo era. Porque como dice mi nuevo pero buen amigo Dani, “una cosa son los negocios y otra las empresas, que pueden ser negocio, o no”.

Aquél negocio dejó de serlo, cuando el mercado decidió cortar el cable guardamancebo y se cayó toda la tripulación hasta la coronilla de ron por la borda, en el primer golpe serio de mar. Era negocio, porque los clientes generosos lo permitieron y le hicieron creer que ese chiringuito era una EMPRESA sin serlo.

Y no era una EMPRESA (con mayúsculas) porque no pensó ni planificó a largo plazo ni apostó por la innovación, ni por la formación permanente de su equipo (equipo?) y puso a disposición de una hipótesis de ventas crecientes a perpetuidad todas las herramientas de decisión disponibles en una gestión, en la que simplemente había que ir respondiendo preguntas e ir solucionando “chapas” diariamente para hacer crecer las ventas.

No era una EMPRESA, porque no consiguió dar valor a las personas que fielmente estuvieron luchando a su lado y se permitió que un poco más de dinero al mes, le hiciera perder seguramente al mejor futuro responsable de un departamento o al hijo adoptivo continuador del negocio que nunca tuvo y que se fue voluntariamente a buscar a otro “Abundio” o como se llamase, que le cumpliera las promesas, al menos de vez en cuando.

No era una EMPRESA, porque no mimó los aspectos legales sencillos de cumplir y que simplemente hay que dar una instrucción para ello, aún sin necesidad siquiera de comprenderlos, en vez de pensar que eran “mariconadas” del becario de turno recién escudillado en la facultad, que "viene aquí a molestar con sus nuevas chorradas" en vez de a hacerle ganar más dinero.

Y no nos confundamos. Hay en las páginas amarillas muchos empresarios, algunos de ellos todavía humildes y amigos de sus amigos de siempre, que no han parado de trabajar, dejándose la piel a tiras y que se parecen a Abundio, pero no lo son. Porque desarrollaron con impagable esfuerzo los negocios familiares que heredaron por obligación y responsabilidad y los hicieron grandes dando puestos de trabajo, generando inversión y riqueza para sus tierras sin que nadie se les agradeciese nunca nada y fueron además penalizados con la mala fama que da la puta envidia pueblerina, aún en las grandes ciudades.

Quizás sea un buen momento para recoger del negocio de Abundio todo lo que pueda salvarse, meterlo cuanto antes en la coctelera, con nuevos ingredientes obligatorios de legalidad, profesionalidad, competitividad, valoración de la persona y del planeta en el que vivimos, e intentar conseguir una vitamínica y sabrosa receta, que nos permita preparar una escalera al cielo de los beneficios, sin sobresaltos, con justicia y suficientemente solidaria con la que nunca llegó a soñar mi querido Don Abundio…

5 comentarios:

  1. Cuántos Abundios 'abundan' tan cerca de todos nosotros. En los tiempos que corren, la receta de salvación peca de utópica: legalidad, profesionalidad, competitvidad, valoración... Hará falta agitar mucho (pero mucho...) la coktelera.

    ResponderEliminar
  2. Pues sí. Y lo que estoy pensando es que en vez de coctelera, igual lo que va a hacer falta es una hormigonera... :)

    ResponderEliminar
  3. Espero que los abundios hayan aprendido la leccion y se conviertan en cociencibundios.

    ResponderEliminar
  4. En el caso de los abundios que yo conozco, la hormigonera como poco, por favor! Y lo curioso es que ahí siguen, saliendo guapos en la foto y encantados de haberse conocido.

    ResponderEliminar
  5. Me tomo la libertad, con tu permiso, de compartir tu entrada en mi perfil de facebook!!
    Un abrazo,
    Inés

    ResponderEliminar

Introduce tu opinión. Me encanta aprender contigo..